domingo, 2 de diciembre de 2007

El Mensajero de Allah y los niños

Él era un marido extraordinario, un padre perfecto y un abuelo sin par. Era único en todos los aspectos. Trataba a sus hijos y nietos con gran compasión y nunca descuidó su labor de dirigirlos al Más Allá y realizar buenas acciones. Siempre sonreía cuando estaba con ellos, cuidaba de ellos y los amaba, pero no permitió que descuidaran los asuntos relacionados con la vida después de la muerte. En asuntos mundanos él era sumamente abierto; pero en cuanto a su relación con Allah, era muy serio y circunspecto. Les enseñó cómo vivir la vida humana, pero nunca permitió que descuidaran sus deberes religiosos y se desviaran. Su objetivo último era prepararlos para la Continuación. Su equilibrio perfecto en tales asuntos es otra dimensión de su intelecto Divina­mente inspirada.
En un hadiz relatado por Muslim, Anas el Malik, honrado como servidor del Mensajero durante 10 años consecutivos, dice: “Nunca he visto a un hombre que sea más compasivo con los miembros de su familia que Muhammad”.[1] Si este reconocimiento fuera hecho sola­men­te por nosotros, podría pasar sin importancia. Sin embargo, millones de personas, tan benignas y compasivas que no molestarían ni a una hormiga, declaran que él se dedicaba a todo con compasión. Era un humano como nosotros, pero Allah inspiró en él un afecto tan íntimo por cada criatura que él podría estable­cer una unión con todos ellos. Por lo tanto, estaba lleno de un afecto extraordinario hacia los miembros de su familia y otros.
Todos los hijos varones del Profeta habían muerto. Ibrahim, su último hijo nacido de su esposa María, también murió en la infancia. El Mensajero a menudo visitaba a su hijo antes de su muerte, a pesar de estar muy ocupado. Ibrahim fue cuidado por una enfermera. El Profeta lo abrazaba, lo besaba y cuidaba de él antes de volver a casa.[2] Cuando Ibrahim murió, el Profeta lo tomó en su regazo otra vez, lo abrazó y las lágrimas describían su pena. Algunos se sorprendieron. El Profeta les contestó: “Los ojos se pueden mojar y los corazones pueden estar rotos, pero no decimos nada excepto por lo que Allah estará contento”. Señalando su lengua dijo: “Allah nos preguntará sobre esto”.[3]
Llevaba a sus nietos Hasan y Husayn sobre su espalda. A pesar de su posición distinguida, lo hacía sin vacilar para anunciar el honor que ellos alcanzarían más tarde. Una vez cuando ellos estaban sobre su espalda, Omar entró en la casa del Profeta y viéndolos dijo: “¡Qué montura tan hermosa tenéis!” El Mensajero añadió inmediatamente: “¡Qué jinetes más hermosos!”[4]
Ellos a lo mejor no eran conscientes de que el Mensajero los había honrado. Este elogio especial era debido a su futuro condición de líderes y cabezas de la familia de la casa del Profeta. Entre sus descendientes iban a surgir los más grandes y respetados santos. Su elogio no era sólo para sus nietos, sino también para todo su descendiente. Por eso, Abd Jilani al-Qadir, un descendiente conocido de la casa del Profeta, dijo: “Los pies benditos del Mensajero están sobre mis hombros y los míos están sobre los hombros de todos los santos”. Esta declaración probablemente se refería a todos los santos que quedaban por venir.
El Mensajero era completamente equilibrado al educar sus hijos. Los amaba muchísimo a ellos y a sus nietos y les infundió el amor. Sin embargo, nunca dejó que abusaran de su amor. Ninguno de ellos deliberadamente pretendió hacer nada malo. Si ellos cometieran un error involuntario, la protección del Mensajero impediría que se apartaran del camino recto. Lo hizo protegiéndo­los con amor y en un aura de dignidad. Por ejemplo, una vez Hasan o Husayn quisieron comer un dátil que se había dado para que se distribuyera entre los pobres como limosna. El Mensajero inmedia­ta­mente lo tomó de su mano y dijo: “Nos está prohibido tomar algo dado como limosna”.[5] Al educarlos estableció un principio de educación muy importante cuando eran jóvenes para que fueran sensibles sobre los asuntos prohibidos.
Siempre que regresaba a Medina, llevaba a los niños sobre su montura. En estas ocasiones, el Mensajero no sólo abrazaba a sus nietos sino también a los que estaban en su casa y los que vivían cerca. Ganó sus corazones por su compasión. Amaba a todos los niños.
Amaba a su nieta Umama tanto como quería a Hasan y Husayn. A menudo salía con ella sobre sus hombros y hasta dejaba que estuviera sobre su espalda mientras rezaba. Cuando se postraba la bajaba; cuando terminaba de postrarse, la ponía otra vez sobre su espalda.[6] Él mostró este grado de amor a Umama para enseñar a sus seguidores varones cómo tratar a las niñas. Eso era una necesidad vital, ya que tan sólo una década antes la norma social de sepultar vivas a las niñas pequeñas tan solo por el hecho de ser niñas era muy común. Tal afecto público paternal para una nieta no había sido visto nunca antes en Arabia.
El Mensajero proclamó que el Islam no permitía ninguna discriminación entre los hijos y las hijas. ¿Cómo podría ser de otro modo? Uno es Muhammad, la otra es Jadiya; uno es Adán, la otra es Eva; uno es Ali, la otra es Fátima. Por cada gran hombre hay una gran mujer.
Fátima, la hija del Mensajero, es la madre de todos los miembros de su casa. Ella es nuestra madre también. Cuando Fátima entraba en la casa, el Mensajero se levantaba, cogía sus manos y la hacía sentar a su lado. Le preguntaba sobre su salud y la familia, mostraba mucho amor paternal por ella y la elogiaba.
La amó mucho y Fátima, viendo qué tierno era su padre con ella, lo amaba más que a sí misma. Su gran misión fue ser la semilla de la cual surgirían santos y gente piadosa. Ella siempre observaba a su padre y veía cómo llamaba a la gente a abrazar el Islam. Lloró y gimió cuando el Mensajero le dijo que iba a morir pronto y se alegró cuando él le dijo que ella iba a ser la primera en seguirle entre los miembros de la familia.[7] Su padre la amaba y ella amaba a su padre. El Mensajero fue totalmente justo incluso en su amor por Fátima. Él la educó de modo que alcanzara los grados más altos de espiritualidad hacia los cuales el alma humana debe elevarse.
El Mensajero la preparó para el Más Allá, así como a todos los demás miembros de su familia y los Compañeros. Todos fuimos creados para la eternidad y por eso no podemos estar satisfechos excepto a través de la eternidad y el Ser Eterno. Por lo tanto, sólo lo amamos a Él ya sea consciente o inconscientemente. La esencia de todas las religiones y el mensaje de cada Profeta eran sobre el Más Allá. Por eso, el Mensajero siempre procuraba preparar a sus seguidores por la paz eterna y dicha permanente; mientras tanto, su existencia entre ellos era una muestra de aquella paz y felicidad que ellos iban a disfrutar en Su presencia.
Él los amó y los dirigió hacia el Más Allá, hacia la belleza eterna y desapegada del mundo y hacia Allah. Por ejemplo, una vez vio a Fátima llevar puesto un collar-una pulsera, según otra versión-, y le preguntó: “¿Quieres que los habitantes de la Tierra y del Cielo digan que mi hija lleva una cadena del Infierno?” Estas pocas palabras, que venían de un hombre cuyo trono fue establecido en su corazón y quién había conquistado todas sus facultades, hacen que ella relate este hecho con sus palabras así: “Vendí inmediatamente el collar, compré un esclavo y después lo liberé y luego fui al Mensajero. Cuando le dije lo que había hecho, se puso contento. Con sus manos dirigidas al cielo le dio las gracias a Allah: “¡Sean todas las gracias con Allah!, quien protegió a Fátima del Infierno”.[8]
Fátima no cometió ningún pecado al llevar el collar. Sin embargo, el Mensajero quiso salvaguardarla en el círculo del muqarrabin-próximos a Allah-. La advertencia que le dirigió a ella estaba basada en taqwa-honradez y lealtad a Allah-y qurb-aquello que nos acerca a Allah-Eso era, en cierto modo, un abandono de las cosas mundanas. Y también es un ejemplo de la sensibilidad que caracterizaba a la madre de la casa del Profeta que representará la comunidad musulmana hasta el Día del Juicio Final. Ser la madre de los hombres piadosos como Hasan, Husayn y Zayn al-Abidin no era seguramente ningún cometido común. El Mensajero la preparaba para que fuera primero la madre de su propia casa-Ahl al-Bayt-y luego la de aquellos que descenderían de estos, grandes líderes espirituales tales como el Abd al-Qadir al-Jilani, Muhammad Baha al-Din al-Naqshband, Ahmad Rifai, Ahmad Badawi, al-Shadhili y los demás.
Era como si él le dijera: “Fátima, te casarás con un hombre-Ali-e irás a una casa de la cual muchos anillos de oro surgirán en el futuro. Olvídate de la cadena de oro que llevabas y concéntrate en llegar a ser la madre de los santos que aparecerán en las órdenes espirituales de Naqshbandiya, Rifaiya, Shadhiliyya y los otros”. Era difícil realizar tal papel llevando puesto un collar de oro. Por eso, el Mensajero era más severo con los de su propia casa que con los demás. Él les recordaba el camino recto dirigiendo sus rostros hacia el otro mundo, cerrando todas las ventanas que se abren para este mundo diciéndoles que lo que ellos necesitan es Allah.
Ellos debían llevar sus vidas enteras pensando en el otro mundo. Por eso, como un signo de su amor, el Mensajero purificó su propia casa de toda la basura terrenal y no permitió que ningún polvo mundano los contaminara. Volvió sus rostros hacia los reinos exaltados y los preparó para estar juntos allí.

[1] Muslim, “Fadail” 63.
[2] Ibid. 62.
[3] Bujari, “Janaiz” 44; Muslim, “Fadail,”62; Ibn Maja, “Janaiz,” 53.
[4] Hindi, Kanz al-Ummal, 13:650.
[5] Ibn Hanbal, 2:279; Muslim, “Zakat” 161.
[6] Bujari, “Adab” 18; Ibn Sad, Tabaqat, 8:39.
[7] Muslim, “Fadail” 98,99; Bujari, “Manaqib” 25.
[8] Nasa’i, “Zinat” 39.

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