martes, 4 de diciembre de 2007

El Profeta esperado

La Sagradas Escrituras y los Salmos. Un Compañero una vez le pidió al Mensajero de Allah que hablara sobre sí mismo. Él dijo: “Yo soy aquel para el que Abraham hizo el salat y de quien Jesús transmitió buenas nuevas”.[1] A esto se refieren los siguientes versículos coránicos:
(Abraham suplicó): “¡Señor Nuestro! ¡Eleva un Mensajero de entre ellos que les recite Tus mensajes y les enseñe el Libro y la sabiduría, y les purifique! Ciertamente eres el Poderoso, el Sabio” (2:129).
Y cuando Jesús, hijo de Mariam (María) dijo: “¡Hijos de Israel! Yo soy el que Allah os ha enviado, en confirmación de las Escrituras anteriores a mí, y como anuncio de un Enviado que vendrá después de mí, es llamado Ahmad” (61:6).
Se esperaba al Mensajero de Allah. Todos los Profetas precedentes hablaron de él y predijeron su llegada. El Corán (3:81) expresamente declara que Allah hizo un pacto con los Profetas en el que ellos prometían creer y ayudar al Mensajero que vendría después y que confirmaría el Mensaje que ellos habían traído.[2]
Aunque distorsionadas y alteradas, las versiones actuales de las Escrituras, el Evangelio y los Salmos todavía contienen versículos que aluden al Profeta Muhammad. El difunto Husain Jisri encontró ciento catorce de tales alusiones y las citó en su Risalat al-Hamidiya. Citamos unos ejemplos aquí, comenzando con: “El Señor vino del Sinaí y amaneció sobre ellos desde Seir; Él brilló desde el Monte Paran” (Deuteronomio 33:2).
Esto se refiere, respectivamente, a la profecía de Moisés, Jesús y Muhammad. El Sinaí es el lugar donde el Profeta Moisés habló con Allah y recibió las Escrituras. El Seir, una franja de Palestina, es donde el Profeta Jesús recibió la Revelación Divina. El Paran es el sitio en el que Allah se manifestó a la humanidad por última vez a traves de Su Revelación al Profeta Muhammad.
Paran es una sierra en La Meca. Es mencionada en las Escrituras (Génesis 21:19-21) como el área del desierto en donde Hayar fue abandonada por su marido Abraham para vivir con su hijo Ismael. El pozo de Zamzam también está localizado allí. Como se indica en el Corán (14:35-37), Abraham abandonó a Hayar e Ismael en el valle de La Meca, que era entonces un lugar deshabitado entre las sierras de Paran.
Debido a tales predicciones evidentes en las Escrituras, los judíos esperaban al Último Profeta y sabían que aparecería en La Meca.
El versículo del Deuteronomio, según la versión árabe publicada en Londres (1944), sigue: Él vino con gran número de santos; en su mano derecha había un hacha de fuego de dos filos. Esto se refiere al Profeta prometido, que tendría muchos Compañeros con el más alto grado de la santidad y al que le sería permitido, e incluso ordenado, luchar contra sus enemigos.
El Señor me dijo (a Moisés): “Es cierto lo que han dicho. Levantaré un Profeta entre sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará de todo lo que yo le mande. Mas a cualquiera que no oyera las palabras que él les diga en mi nombre, yo le pediré cuentas” (Deuteronomio 18:17-19).
Está claro en estos versos que un Profeta como tú en medio de sus hermanos significa un Profeta de la descendencia de Ismael, ya que Ismael es el hermano de Isaac, el antepasado del pueblo de Israel. El único Profeta que vino después de Moisés y se pareció a él en muchos aspectos (p.ej., trayendo una nueva ley y haciendo la guerra contra sus enemigos) es el Profeta Muhammad. El Corán señala a este: Os hemos mandado un Mensajero, testigo contra vosotros, como antes habíamos mandado un mensajero a Faraón (73:15).
Abdallah ibn Amr, un asceta al que el Profeta recomendó que no dejara de dormir con su esposa y que ayunara sólo un día sí y un día no, transmitió que había dicho: “Todo el mundo en las religiones anteriores sabe que Allah enviaría un Profeta a la humanidad como portador de nuevas noticias y advertidor”. Leí personalmente en las Escrituras estos versículos sobre él:
¡Profeta! Te hemos enviado a la humanidad como portador de buenas nuevas, como apoyo y refugio para la gente común y corriente, aquel que les previene. Eres Mi criado y Mensajero. Le he llamado Mutawakkil–el que deposita su confianza en Allah-. Él no es un grosero, un petulante ni una persona enojada, tampoco grita en las calles. No repele el mal con el mal; por el contrario, disculpa y perdona. Allah no lo hará morir antes de que él dirija la nación desviada al camino recto declarando que no hay más dios que Allah.[3]
Este informe fue confirmado por Abdallah ibn Salam y Kab Al-Ajbar, los eruditos más cultos de la comunidad judía en la época del Profeta. Después se convirtieron al Islam.
También leemos sobre Muhammad en los Salmos de David:
Dominará de mar a mar desde el río hasta los confines de la tierra. Ante él se postrarán los moradores del desierto, Y sus enemigos lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; Los reyes de Saba y de Seba ofrecerán dones. Todos los reyes se postrarán ante él; Todas las naciones le servirán, porque él librará al menesteroso que clame, y al afligido que no tenga quien le socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, y salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, Y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos. Vivirá, y se le dará del oro de Saba, y se orará por él continuamente. Todo el día se le bendecirá. Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; y se balanceará su fruto sobre la cima, y los de la ciudad florecerán como la hierba de la tierra. Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol. Benditas serán en él todas las naciones; Lo llamarán bienaventurado(72:8-17).
Los Evangelios. De manera más enérgica y frecuente que cualquier otro Profeta, Jesús dio buenas nuevas sobre Muhammad. En el Evangelio de Juan, Jesús promete su llegada utilizando varios nombres:
Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Paraklit no vendría a vosotros; mas si me fuera, os lo enviara. Y cuando él venga, convencerá al mundo de la culpa de los pecados, de la justicia y del juicio (Juan, 16:7-8).
Aquí, el Profeta Muhammad se menciona como el Paraklit. Esta palabra griega significa “el que distingue la Verdad de la Falsedad”. Los comentaristas cristianos le han dado varios significados, como el Consejero (Gideons International), Ayudante (American Bible Society), o Consolador (i.e. Company of the Holy Bible), y afirman que es una alusión al Espíritu Santo. Pero nunca han podido establecer si el Espíritu Santo descendió después de Jesús e hizo lo que dijo Jesús que haría.
Si, según los cristianos, el Espíritu Santo es el Arcángel Gabriel, él vino de hecho muchas veces hasta el Profeta Muhammad para llevarle las Revelaciones Divinas. Además, Jesús mencionó y predijo al Paraklit con otros nombres, pero con la misma función:
Cuando venga Paraklit, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí (Juan 15:26).Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará de todo lo que haya oído, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber (Juan 16:12-14).
No hablaré ya mucho más con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí (Juan 14:30).
¿Quién ha venido después de Jesús sino el Profeta Muhammad, como Consolador que ha confortado a tantos seres humanos ayudándoles a afrontar su miedo a la muerte, sus preocupaciones sobre el futuro y las enfermedades espirituales? Como Ayudante, ¿quién ha ayudado a la humanidad a alcanzar la verdadera paz y la felicidad en ambos mundos? Como Príncipe del mundo, ¿quién ha gobernado casi la mitad del mundo durante catorce siglos y se ha convertido en el ser más querido de millones de personas? Como Espíritu de verdad, ¿quién ha atestiguado a Jesús, le trajo la gloria reafirmando su Profecía contra el desmentido de los judíos y la falsa deificación de los cristianos y restaurando su religión en su pureza prístina por el Libro revelado a él?
Aunque Jesús y otros Profetas predijeron la llegada de Muhammad, y mientras casi todos los cristianos de Oriente Medio creyeron en él y se hicieron musulmanes unas décadas después de su muerte, ¿qué defectos le atribuyen los cristianos occidentales al Profeta Muhammad, persistiendo en negarlo?
Mevlana Jalaluddin Rumi, un gran santo sufi, expresa en la estrofa siguiente las nuevas noticias encontradas en el Evangelio sobre el Profeta Muhammad:
En el Evangelio Mustafa-Muhammad-es mencionado con todos sus atributos. El misterio de todos los Profetas está en él; él es un portador de felicidad. El Evangelio lo menciona con su forma y rasgos externos, y también con sus virtudes personales y cualidades proféticas.
El Antiguo y Nuevo Testamentos, a pesar de la autenticidad discutible de sus versiones actuales, todavía contienen referencias al Profeta Muhammad. Hemos citado algunas de éstas. Si un día las copias originales o las menos alteradas de las Sagradas Escrituras y del Evangelio fueran descubiertas, contendrían referencias explícitas al Último Mensajero. Esto se puede deducir de las Sunna que dicen que el cristianismo será purificado de sus elementos accesorios.[4]
Muchos otros esperaron al Profeta. Debido a las numerosas predicciones de su llegada, todo el mundo esperaba al Profeta Muhammad. En aquella etápa oscura de la historia de la humanidad, ésta esperaba a alguien que destruiría la incredulidad y reanimaría al mundo. El Judaísmo y el cristianismo, siendo religiones reveladas por Allah en su origen, no tenían nada más que ofrecer. Aquellos que habían estudiado los antiguos libros sin prejuicios, en particular el monje Bahira, esperaban su venida.
Muchos en La Meca también lo esperaban. Una de las personas más destacadas era Zaid Ibn Amr, el tío de Omar ibn al-Jattab. Él había rechazado la idolatría, había vivido una existencia pura y solía dirigirse a la gente así: “No hay ningún bien para vosotros en los ídolos que adoráis. Yo sé de una religión que pronto será enseñada y extendida. Será proclamada no más tarde que unos cuantos años a partir de hoy, pero no sé si viviré bastante para dar fe de ello”.
Según Amr ibn Rabia, Zayd dio una descripción detallada del Profeta esperado:
Espero a un Profeta que está a punto de venir. Aparecerá entre los descendientes de Ismael y los nietos de Abd al-Muttalib. Es de estatura media, ni demasiado alto ni demasiado bajo. Su pelo no es rizado ni liso. Se llama Ahmad. Su lugar de nacimiento es La Meca. Su gente lo obligará a dejar su ciudad, y emigrará a Yatrib-Medina-, donde su religión se extenderá. He viajado de un lugar a otro buscando la religión de Abraham. Sin embargo, todos los eruditos judíos y cristianos con los que he hablado me han aconsejado esperarlo. Él es el Último Profeta; ningún Profeta vendrá después de él. No podré vivir bastante para verlo, pero he creído en él.
Al final de su introducción, Zaid dijo a Amr ibn Rabia: “Si vives tiempo suficiente para verlo, salúdalo de mi parte”. Pasaron años antes de que el Profeta Muhammad declarara su Profecía. Amr ibn Rabia, atestiguando su fe en el Profeta, explicó lo que Zayd le había dicho y le transmitió sus saludos. Muhammad devolvió los saludos y añadió: “Vi a Zayd en el Paraíso, arrastrando sus ropajes”.[5]
Waraqa ibn Nawfal, un erudito cristiano y el primo paterno de Jadiya, estaba entre aquellos que buscaban la verdad. Cuando la primera Revelación llegó, Jadiya contó a Waraqa lo que había pasado. Waraqa le contestó: “Muhammad es un hombre veraz. Lo que él vio es que lo que sucede al comienzo de una Profecía. El que vino hasta él es Gabriel, que también vino hasta Moisés y hasta Jesús. Muhammad será un Profeta. Si vivo lo suficiente para ser testigo de su declaración de Profecía, creeré en él y lo apoyaré”.[6]
Uno de aquellos que buscaban al Último Profeta era el judío Abdallah ibn Salam. Los judíos tenían tal confianza en él que le llamaron “el erudito y el noble”. Era tan grandioso como los más grandes Compañeros, como Abu Bakr y Omar, y Allah consideraría su testimonio en el Corán de tal modo:
Di: “¿Qué os parece? Si procede de Allah y vosotros no creéis en él, mientras que un testigo de entre los Hijos de Israel atestigua su conformidad y cree, en tanto que vosotros sois altivos... Allah no dirige a la gente impía” (46:10).
Este gran Compañero describe cómo encontró al Profeta:
Cuando el Mensajero de Allah emigró a Medina, fui a verlo, como hicieron todos los demás. Estaba sentado entre un grupo de gente cuando yo entré, y decía: “Dad el alimento a otros y saludadlos”. Su discurso era tan dulce y su rostro tan bonito que me dije: “Juro por Allah que alguien con tal cara no puede mentir.” Sin tardanza declaré mi creencia en él.[7]
Los judíos y los cristianos de aquel tiempo reconocieron al Mensajero de Allah. Como el Corán señala: “Aquellos a quienes hemos dado la Escritura le conocen como conocen a sus propios hijos varones” (2:146). Después de su conversión, Omar preguntó a Abdallah ibn Salam si había reconocido al Mensajero de Allah. “Lo reconocí” le contestó Ibn Salam, y añadió: “Puedo dudar de mis niños, mi esposa puede haberme engañado, pero no tengo ninguna duda sobre el Mensajero de Allah que es el Último Profeta”.[8]
Aunque los judíos y los cristianos lo reconocieron, una mayoría le envidió y, por prejuicio y envidia, no le creyó:
Cuando les vino de Allah una Escritura que confirmaba lo que ya tenían-antes, pedían una victoria contra los que no creían-y cuando vino a ellos lo que ya conocían, no le prestaron atención. ¡Que la maldición de Allah caiga sobre los incrédulos! (2:89)
Después de su conversión, Abdallah ibn Salam dijo al Mensajero de Allah: “¡Mensajero de Allah! Escóndeme tras una esquina y luego convoca a todos los eruditos judíos de Medina y pregúntales sobre mí y mi padre. Su evaluación será seguramente positiva. Entonces déjame salir para declarar mi conversión”. El Mensajero de Allah aceptó esta sugerencia.
Cuando los eruditos judíos fueron reunidos, el Mensajero de Allah les preguntó qué pensaban de Ibn Salam y su padre. Todos contestaron: “Están entre nuestra gente más culta y noble”. Entonces, el Mensajero de Allah preguntó otra vez: “¿Cómo reaccio­naríais si él me reconociera?” Ellos respondieron: “¡Es imposible que te reconozca!” Entonces salió Ibn Salam y declaró su conversión, con lo cual los eruditos judíos inmediatamente cambiaron su actitud y contestaron: “Ibn Salam es el más infame de entre nosotros, y a su vez el hijo del más malvado”.[9]
El Profeta Muhammad había sido buscado durante siglos. Salman al-Farisi era uno de aquellos buscadores. Al principio era un zoroastra-adorador del fuego-, y había abandonado Irán, su país de nacimiento, por su ardiente deseo de encontrar la verdad eterna. Antes de abrazar el Islam, trabajó para varios monjes cristianos, y fue el último de ellos el que le aconsejó en su lecho de muerte:
Hijo, no queda nadie a quien te puedas encomendar. Pero, según lo que leemos en nuestros libros, el Último Profeta está a punto de aparecer. Él vendrá con el credo puro de Abraham y aparecerá en el lugar a donde Abraham emigró. Sin embargo, él emigrará a otro lugar y se establecerá allí. Hay signos explícitos de su Profecía. Por ejemplo, no comerá de la caridad, pero aceptará regalos, y el sello de la Profecía estará entre sus hombros.
Ahora dejemos a Salman narrar el resto de su historia:
Me puse en camino en una caravana hacia el lugar mencionado por el viejo monje. Cuando llegamos al Wadi al-Qura, me vendie­ron como esclavo. Al ver jardines de palmeras datileras, pensé que el Profeta emigraría a este lugar. Mientras yo trabajaba allí, otro judío del Banu Qurayza me compró y me llevó a Medina. Comencé a trabajar en su jardín de datileras. Aún no había noticia alguna del Mensajero de Allah. Sin embargo, un día yo recogía dátiles cuando un primo de mi dueño judío vino apresuradamente hacia mí. Me dijo enfadado: “¡Maldito sea! La gente afluye a Kuba. Ha venido un hombre de La Meca que afirma tener la Profecía. Piensan que es un verdadero Profeta”.
Comencé a temblar de entusiasmo. Me bajé del árbol y pregunté: “¿De qué hablas?” Mi dueño vio mi entusiasmo y me abofeteó la cara con el dorso de su mano, diciendo: “¡Eso no te concierne, no te metas en lo que no te importa!”
Ese mismo día, al atardecer, fui a Quba y le di a Muhammad como limosna el alimento que había traído conmigo. El Mensajero de Allah no lo tocó, pero dijo a aquellos alrededor de él: “Saciad vuestros estómagos con esto”. Me dije: “Este es el primer signo”. Otro día le di algo como regalo. Él lo aceptó y lo comió con sus Compañeros. “Este es el segundo signo” me dije.
Una vez, asistí al entierro de un Compañero difunto. Me acerqué al Mensajero de Allah en el cementerio. Después de saludarlo, me quedé de pie tras él, con la esperanza de ver el Sello de la Profecía. Sus hombros estaban desnudos, y el Sello era tal y como el monje había descrito. No pude contenerme y comencé a besarlo llorando, después de contarle mi historia. Él se puso muy contento, y quiso que sus Compañeros oyeran mi historia.[10]
La gente que sinceramente lo buscó, lo encontró. Quienquiera que lo busque, lo encontrará; mientras que aquellos que perma­nezcan obstinados y sean gobernados por su an-nafs al-ammara-el “ego” que ordena el mal-se ahogarán en la incredulidad y en la hipocresía. Mughira ibn Shuba relata:
Un día yo estaba con Abu Yahl en La Meca. El Mensajero de Allah vino y nos invitó a aceptar el Islam. Abu Yahl le respondió: “Si tú haces que declaremos ante Allah en el otro mundo que tú has llevado a cabo tu misión profética, lo haremos. ¡Dejanoslo a nosotros!” Cuando el Mensajero de Allah nos abandonó, pregunté a Abu Yahl si él había aceptado la Profecía de Muhammad. Él dijo que lo había hecho, y luego añadió: “Sé que él es realmente un Profeta. Sin embargo, competimos con los hachemitas en todo. Ellos han estado jactándose de proveer de alimento y agua a los peregrinos. Ahora si comienzan a jactarse de tener un Profeta, no seré capaz de soportarlo en absoluto”.[11]
Esto es típico de los pensamientos mantenidos por los Abu Yahls del pasado y del presente. La gente inteligente que no tiene prejuicios y cuya fuerza de voluntad no está paralizada, no puede por menos que creer en el Islam y el Mensajero de Allah. En cuanto a esto, Allah dice a Su Santo Mensajero: Ya sabemos que lo que dicen te entristece. No es a ti a quien desmienten, sino que, más bien, lo que los impíos rechazan son los signos de Allah (6:33).
¿Cómo habrían podido acusarlo de mentir a él, que era conocido por todos como al-Amin (el veraz)? El testimonio de uno de sus enemigos implacables, Utba ibn Abi Rabi'a, demuestra que hasta sus enemigos admitían su veracidad.
Los líderes de los Coraichíes se reunieron para acordar cómo prevenir la expansión del Islam. Enviaron a Utba con la esperanza de que él pudiera persuadir al Mensajero de que se retractase. Él preguntó: “¡Muhammad! ¿Quién es mejor, tú o tu padre?” El Mensajero de Allah no le contestó, probablemente porque el silencio es la mejor respuesta a una pregunta tan absurda. Utba siguió: “Si tu padre fue mejor que tú, él no puede haber estado siguiendo la religión que tú predicas ahora. Si, por el contrario, tú eres mejor que tu padre, entonces estoy listo para escuchar lo que tú tienes que decir”.
El Mensajero de Allah preguntó: “¿Es esto todo lo que piensas decir?” Utba dijo que sí, y se calló. Entonces, el Mensajero de Allah se arrodilló y comenzó a recitar la Sura Al-Fussilat. Cuando llegó al versículo 13: Pero si se desvían, di: “Os prevengo contra un rayo como el de los aditas y los tamudeos” (41:13), Utba temblaba como si tuviera fiebre. Tuvo que poner su mano sobre los labios del Mensajero de Allah y dijo: “¡Por favor para, por Allah en quien tú crees!” Utba volvió a casa consternado.
Los líderes de los coraichíes le esperaban con inquietud. Temiendo que Utba pudiera haber aceptado el Islam, Abu Yahl tocó a su puerta y, cuando fue admitido, se enfadó con Utba diciéndole: “He oído que Muhammad te trató muy generosamente y te dio un festín, y a cambio tú creíste en él. Esto es lo que la gente dice”. Utba le contestó con furia:
Tú sabes que no necesito ser recibido con agasajos por él. Soy más rico que todos vosotros. Pero sus palabras me han impresionado. No era una poesía, tampoco se parecía a las palabras de un adivino. No sabía cómo responderle. Él es una persona veraz. Mientras yo escuchaba su recitación, temí que lo que les había pasado a los aditas y los tamudeos pudiera pasarnos a nosotros.[12]
Ellos habían estado esperando a un Profeta durante mucho tiempo. Cada uno conocía el carácter de al-Amin, y nadie lo había oído nunca mentir. Quedaron encantados de su personalidad y de la elocuencia del Corán, pero no pudieron vencer su orgullo y arrogancia, o la envidia y la rivalidad, y proclamar su creencia en él. Tampoco pudieron adaptar sus hábitos y su estilo de vida a su Mensaje. ¿No es esto cierto de aquellos que, conociendo la verdad persisten en la incredulidad?

[1] Muttaqi al-Hindi, Kanz al-Ummal, 11:384.
[2] Allah concertó un pacto con los profetas: “Cuando venga a vosotros un Mensajero que confirme lo que de Mí hayáis recibido como Escritura y como Sabiduría, habéis de creer en él y auxiliarle”. Dijo: “¿Estáis dispuestos a aceptar mi alianza con esa condición?” Dijeron: “Estamos dispuestos”. Dijo: “Entonces, ¡sed testigos! Yo también, con vosotros, soy testigo”.
[3] Bujari, Buyu, 50; Ibn Hanbal, Musnad, 2:174.
[4] Bujari, Enbiya, 49; Muslim, Iman, 244-247.
[5] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 2:223.
[6] Bujari, Bad‘u al-Wahy, 3.
[7] Ibn Hanbal, 5:451.
[8] Ibn Kazir, Mujtasar Tafsir, 1:140.
[9] Bujari, Tafsir, (2), 6.
[10] Ibn Hisham, Sira, 1:228-34.
[11] Kanz al-Ummal, 14:39-40; Ibn Kazir, 3:83.
[12] Ibn Kazir, 3:80-81; Ibn Hisham, 1:313.

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